21 de febrero de 2009

String Quartet No. 19, "Dissonance"

Había dos mininutrias. Se llamaban thuins, o thoins, o thurns, o algo así. En la tienda había cuatro, dos en cada pecera, pero esas dos estaban en libertad. Era un lugar precioso, lleno de rocas, plantas y agua. Yo las cogía (vivirían en la pica de mi lavabo mientras no comprara una pecera grande y bonita), las cuidaba, les ponía agua (¡porque se acababa!) y jugaba con ellas. Eran un macho y una hembra. Yo les había puesto nombre, pero sólo recuerdo que uno de ellos empezaba por E, y el otro quizás por B, o por H. El caso es que al cabo de unos días de vivir en mi lavabo se les caía el pelo, se les habían cerrado los ojos, y ya no nadaban: se limitaban a flotar. Se estaban muriendo. Luego un día se transformaban en dos miniperros y fornicaban, pero luego volvían a volverse (?) dos mininutrias a punto de morirse. No recuerdo si finalmente morían o no.


El caso es que luego yo era Link. El protagonista de la saga The Legend of Zelda. Y yo recuerdo moverme por bosques, pero verlo todo como si estuviera dentro de una game boy. Recuerdo subrosios, trozos de mineral, y alguien que me mencionaba unas caracolas. Entonces llegaba a un lugar donde había una montaña de rocas enorme, que llegaba hasta donde alcanza la vista si miras hacia arriba. Allí había un hombre... pero era un hombre dibujado como en anime, no en formato Zelda-game boy. Él, gritando, me decía que los hombres que vivían allí estaban locos. ¿Por qué?, decía yo. Porque... mira allí. Yo miraba, y había un hombre en lo alto de la montaña de rocas (que, vete tú a saber por qué, la gente llamaba "La cascada", así que debía ser una cascada seca). El hombre de la cima decía algo así como ¡JAJAJAJA!. Se ve que había colocado explosivos en la cima. Los hacía explotar, y él seguía allí. Había una detonación que yo (Link) veía desde lejos. El hombre caía al vacío junto con algunas rocas, y yo lo veía caer, estrellarse contra el suelo, clavársele las rocas, destrozarse los huesos... Y la sangre era negra. También recuerdo ir a un lugar, mirar un mapa y pensar: Están atrapados, son jaulas... Son jaulas...


Luego era yo, y estaba en el instituto. Me había pasado algo, y lloraba mucho. Salía de una clase y me ponía delante de las taquillas. Entonces salía toda la gente de su clase, toda la gente de la escuela, y uno a uno se ponían delante de mí. Creo recordar que el primero era Pau Martínez. Y le pegaba un puñetazo. Los pegaba a todos, todos los que se ponían delante de mí, uno por uno. Y yo me sentía bien, hasta que aparecía un chico rubio de pelo rizado y ojos verdes que no conocía. Mi puñetazo se dirigía a sus ojos. Luego estaba bizco, me decía que había perdido la visión, yo me sentía mal y dejaba de pegar a la gente. Bajaba por las escaleras, estaba todo llenísimo de gente. Y aparecía "EL MALO", que iba vestido con ropa brillante, plateada y de muchos colores, pantalones acampanados y una capa; y no era Carles, pero a veces era Carles. A mí me daba mucho miedo, miedo de verdad, pero sólo cuando no era Carles (?). Me decía que había venido a raptar a mi hijo, que era una guitarra pequeña de plástico, las típicas para los niños pequeños. Entonces yo me resistía, pero él tenía ayudantes malvados, y yo decía: ¡Toma mi hijo! Y me daba asco, porque le estaba dando mi propio hijo. Pensé: una madre siempre defiende a su hijo, pase lo que pase. Entonces lloraba mucho y me ponía la mano en la boca. "EL MALO" iba a teletransportarse para desaparecer de allí, en pose de Superman volando, y yo me acercaba y tocaba a mi hijo. Lo que pasaba era bastante peculiar: el malo había desaparecido, pero sólo se había llevado un trozo de mi hijo. Yo tenía la caja de resonancia de la guitarra y el tenía las cuerdas, el clavijero y el mástil. Me guardaba mi trozo de hijo dentro de la camiseta. Salía de la Salle, y había obras y era difícil avanzar. Entonces el oh, venerable teloescondo me decía: Más te vale no pasar por allí. Y me iba, y lloraba, y mi hermana iba conmigo, y llegábamos a casa. Allí estaba "EL MALO", pero entonces era Carles, pero no era Carles, y se metía en la cama conmigo, y me tocaba la cintura, y yo me decía: Oh no, descubrirá que tengo un trozo de hijo. Y me iba a la cocina, y le decía al "MALO": Un segundo, voy a beber agua. Abría la nevera: quería guardar allí mi trozo de hijo. Justo cuando lo estaba guardando, aparecía Carles sin camiseta y me decía: De què vas.


Entonces estaba con Nerea, mi hermana y mi madre, en casa de Nerea. Habíamos quedado para ir a la playa. Nerea decía: Bueno, es que Romero no podrá venir. Y efectivamente, ahí estaba Manuel Romero, con pantalones cortos, diciendo con su voz y entonación características: No, no puedo ir a la playa. Nos poníamos un bañador, estábamos en el lavabo de Nerea, y yo cogía un espray dorado, y le decía: ¿Para qué sirve esto? Y decía que era para los dedos, y me ponía por la mano izquierda, que quedaba dorada y brillante. Yo me quería poner por el cuello y el pecho, pero me quedaba mal. Luego salíamos e íbamos al salón, donde aparecía una vecina de Nerea que tenía los ojos azules y decía: Ah, no sabía que tenías invitados. Pero luego se ve que me conocía a mí y a mi madre, y yo no me acordaba de ella, porque cuando la conocí era muy pequeña. Y me decía: Luego tienes que venir a vernos, a mí y a Cristian (yo no sabía quién era Cristian, pero según ella había sido mi amigo de la infancia).


















Eso es lo que pasa cuando te despiertas y te vuelves a dormir muchas veces.


Parecerá broma, pero os juro que no lo es. Me acuerdo de todo, hay detalles que no he mencionado.


Yo no lo entiendo. Y si no, que venga Freud y lo vea.

16 de febrero de 2009

Chelsea Smile

Porque todos tenemos algún que otro secretillo.

Nunca he salido con un chico.
Mi hija es adoptada y no lo sabe.
Soy virgen.
No soy virgen aunque le dije que lo era.
Mi nombre real es Gregoria.
Me sentí aliviada, satisfecha y feliz cuando murió mi madre.
He mantenido relaciones sexuales lésbicas... en más de una ocasión.
Me masturbo pensando en mi hermana y eso hace que me sienta culpable.
Odio a toda la gente que hay a mi alrededor.
Me gusta ir de santa pero me follo todo lo que respira.
Le tengo envidia a mi hermano gemelo porque mis padres lo quieren más que a mí.
Sólo me interesa su dinero.
Mi hijo me decepciona pero le hago creer que estoy orgulloso de él.
Le eché la culpa a otro, pero fui yo.
Finjo los orgasmos.
Mi marido cree que estoy embarazada de él, pero lo cierto es que no es el padre.
Su presencia me irrita.
Soy eyaculador precoz.
Tengo recurrentes fantasías sexuales con el novio de mi madre.
Mentir hace que me sienta poderoso.
Estoy enamorada de mi mejor amiga y nunca se lo he dicho.
Me voy de putas cada noche y le digo a mi mujer que la reunión se ha alargado.
Siempre sentiré remordimientos por haberle dicho eso.
No quiero a mi hijo desde que está en silla de ruedas.
La tengo corta y eso me acompleja.
Cuando me besa siento náuseas, pero no voy a decírselo.
Estoy obsesionada con el novio de mi mejor amiga.
No le he dicho que hace meses que dejé de tomar la píldora.
Hago ver que soy su amiga, pero apenas se da la vuelta ya la estoy poniendo verde.
Siempre que oigo una carcajada pienso que se están riendo de mí.
Me da vergüenza hasta preguntar en las tiendas.
Tengo miedo.
No soporto verlos juntos, ojalá lo dejen pronto.
Salgo con ella para poner celosa a su amiga.
Le dije a mi hijo que su madre había muerto cuando en realidad sólo me dejó por otro.
Te quiero.
En realidad nunca te quise.
Te odio.
Te dije que te odiaba, por tu bien, pero la verdad es que...

11 de febrero de 2009

Soledad

Saps allò que de sobte... passa?

I a més passa de debò.




[-La besaste, ¿verdad...?

-...

-La besaste, hijo de puta...

-¿Cómo sabes...?

-¡Lo hiciste!

-Pero...

-Te voy a hacer vomitar las tripas, desgraciado...

-Escucha, no...]






(I és que al final tot acaba... com acaba.)

31 de enero de 2009

A Dead World At Sunrise

En el corazón de tus pupilas veo
Lo que cualquier mortal soñó tener.
Quiero que el instante se torne eterno,
Discúlpame, yo soy así…


Feliz primer gran bolo. ("En el siguiente cobras.")



I gràcies, de debò.

19 de enero de 2009

Sarabande

Vale ya, ¿no?

14 de enero de 2009

Women of Ireland

Mors servat legem

Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba allí, y cuando se sentó a mi lado ya era demasiado tarde. No sé por qué no me lo esperaba. El vagón de metro se sacudía con un estruendo cada vez que entraba en un túnel. Al entrar en el siguiente, sin que pudiera detenerla, se arrimó a mi oído.

¿Ves esa mujer? –me dijo, sabiendo que yo también la estaba mirando.

–¿La que está abrazando a su hijo? ¿Qué le pasa?

¿Ves cómo llora?

–Pues… sí. ¿Por qué lo hace?

Tiene cáncer, le quedan cuatro meses de vida. Hoy ha llevado a su hijo al zoo, y mañana pretende llevarlo al circo. No puede soportar el hecho de que no lo va a ver crecer. ¿Y ése hombre? El de allí.

Era un hombre apuesto, vestido con traje y corbata, de esos que no esperas encontrar en el metro.

–Tiene cara de no haber dormido.

Es un mujeriego. No ha logrado establecer nunca una relación de más de dos meses con una mujer. Busca eternamente a una que sea perfecta, sin demasiado éxito. Cada noche visita clubes elegantes y sofisticados intentando encontrar alguna afín a sus gustos, pero no tiene ni idea de que el amor de su vida está en el zoo de Berlín limpiando las heces de los camellos. No la va a conocer nunca, y seguirá manteniendo relaciones esporádicas con mujeres esnobs.

–Pues menudo asco.

Eso cree él. Tiene cuarenta años y está cansado de existir. Lleva una vida triste y vacía, ninguna de las mujeres que puede conseguir le llena. Jamás ha sido feliz. En cuanto bajemos, él se decidirá, saldrá también del vagón y se tirará a la vía cuando venga el siguiente metro. Oh, mira ese anciano. No, ése no; ése.

–El de la barba abundante.

Exacto. Perdió a su mujer hace un par de semanas, y ella era el único miembro de su familia que todavía permanecía con vida. Tuvieron un hijo, pero murió a los veinte de sobredosis. Ahora no sabe qué hacer, y se consuela pensando que ya que está viejo y le quedan uno o dos años de vida (como mucho), por lo menos debe aguantar un poco. Sólo tiene miedo de que, cuando muera, su cadáver se pudra en su piso y lo descubran cuando lleva semanas en descomposición. No quiere importunar a sus vecinos… con el olor, ya sabes. No le gusta molestar. ¿Y esa muchacha? La de negro. ¿La ves?

Era una chica joven. Sonreía patéticamente, embelesada por la luz del fluorescente estropeado que alumbraba de forma intermitente. De vez en cuando soltaba una risita por lo bajo.

–Parece perturbada.

Lo está. Hace unos cuatro o cinco años se enamoró de un chaval. Era el amor de su vida.

–¿Era?

Era. Se amaban de forma casi sobrenatural, se amaban como en los cuentos de hadas. El día treinta y uno de diciembre, él le hizo hacer una promesa: que las primeras palabras que ella dijera en el nuevo año serían para él. Dijo que le hacía ilusión. De ese modo, ella debía permanecer callada a partir de las doce de la noche, hasta que lo volviera a ver.

–Menuda estupidez.

A mí no me lo parece. El caso es que esa misma noche, a las doce, él murió.

–¿Se atragantó con las uvas?

Disparo en la cabeza.

–Vaya.

Se suicidó, nadie sabe por qué todavía. Cuando la chica se enteró lloró muchísimo, se arrancó la mitad del pelo de la cabeza y se dio golpes contra las paredes hasta quedar inconsciente.

–Patético.

A mí no me lo parece. El caso es que lloraba pero no emitía ningún sonido, no sollozaba, no gritaba... no decía absolutamente nada. Estuvo en un hospital psiquiátrico un tiempo, pero concluyeron que no estaba loca, sólo algo trastornada, pero no era algo grave y que pudiera perjudicarla a ella o al resto del mundo. El único inconveniente era que no hablaba, por lo demás, estaba en pleno uso de sus facultades. Y no volvió a hablar nunca más a partir de ese fin de año, y quedará muda de por vida hasta que su amado pueda oír las primeras palabras del año (y los siguientes años, por extensión) de su boca. Se lo prometió.

–¿No lo ha superado?

Ni lo hará nunca. Lo amaba.

Me quedé sumido en mis pensamientos, reflexionando sobre todo lo que acababa de oír. Al cabo de un rato reparé en lo absurdo de la situación, e inquirí:

–¿Cómo sabes todo esto? ¿Los conoces?

La verdad es que no. Me lo estoy inventando todo. Pero te aseguro que no importa que me lo invente: de todos modos, en algún lugar del mundo hay gente que está en las mismas situaciones que te he descrito, y aunque no esté toda reunida en un vagón de metro, existe. Y que no puedas verlos porque no están en el metro no significa que estas cosas dejen de ocurrir. No sé si me explico… Hay vida y muerte a tu alrededor, y lo sabes. ¿Y qué haces? Pagarte un viaje de metro y hacer el recorrido completo por todas las paradas, una y otra vez, sólo para examinar a la gente que sube y baja, intentando adivinar qué clase de vida llevan.

–¿Cómo sabes tú eso?

Llevo observándote desde la parada de Fontana. Volvemos a estar en Fontana, y todavía no te has bajado. Si hubieras quedado con alguien, tuvieras algún recado o algo que hacer, hubieras salido del metro sin importarte que una voz desconocida te estuviera hablando al oído. Tengo la sensación de que has pasado por Fontana unas cuantas veces en lo que va de día.

Me quedé un instante en silencio. Las últimas palabras que dije fueron las siguientes:

–A propósito… ¿quién eres?

Era una pregunta ridícula. Yo sabía quién era ella desde que había notado que estaba tan cerca de mí, sabía quién era incluso antes de que entrara en aquél vagón. Llevaba días siguiéndome, yo ya lo sospechaba. Fue entonces cuando empezó a faltarme el aire. Me giré hacia ella. Todavía no podía verla, no podía ver una voz. Y, una vez más, susurró en mi oído:

Témeme, querido, pues soy la muerte...

Quería gritar, quería respirar, quería jadear… pero no podía. Era como si algo obstruyera mis pulmones, algo terriblemente doloroso. La señora que tenía delante se dirigió a mí en un tono afectado, frunciendo el ceño, y me preguntó si me encontraba bien. Yo apenas la oía. Seguía mirando a Muerte, ella reía. Me di cuenta de que ahora sí podía distinguir cómo era: Muerte no era una persona, no era la moira griega Átropos, no era un shinigami, no era un esqueleto con una túnica negra y una guadaña, ni era ninguna de las representaciones que los humanos, en nuestro afán de personificarla, le habíamos dado. Muerte apareció ante mí como un concepto abstracto, una voz inocente de niña, un miedo profundo y un único destino.

A pesar de que carecía de forma humana, entre mis delirios logré distinguir lo que me parecieron sus ojos, entelados y blancos. En efecto, la vieja Muerte estaba ciega. Comprendí entonces por qué era tan justa en su deber: su ceguera le impedía distinguir si hacía fallecer a una mujer o a un hombre, a un hombre rico o a uno pobre, a un hombre honrado o a uno indecente, a un niño o a un anciano. Todos morían por igual, a sus ojos ciegos todos eran mortales y merecían el mismo destino. Paradójicamente, lo único realmente justo que había en la vida era la muerte. Y aquel día, por puro azar, me había tocado a mí. Muerte no iba a matarme para darme una lección, ni para que me arrepintiera de haber malgastado mi vida viviéndola a través de las desgracias de los desconocidos del metro, no: Muerte iba a matarme por el simple hecho de que había llegado mi hora.

Justo cuando empezaba a cerrar los ojos por última vez, ella me besó.

10 de enero de 2009

Sarabande / Arrepentimiento

Em faltava el peu esquerre, i me l'intentava cosir, però es podria, es podria. Parlàvem amb uns punkies a un carrer que semblava Tallers però no ho era. Només blau cel i el verd intens del prat. Hi havia un assassí, un rei despietat. Li fèiem una sorpresa al meu pare dins de la dutxa (però estàvem tots vestits, menys jo, crec), era molt estrany que hi capiguéssim els quatre... i una espècie de pel·lícula d'una substància negra se n'anava amb l'aigua, i deixava veure un dibuix que la meva germana havia fet de tots, i de Jesús, Josep i Maria (?).

Se n'anaven, i venies tu una altra vegada, no recordo quan havies marxat. Ens dutxàvem junts, rèiem, però no feiem res. Només ens dutxàvem...




I el meu pare no deixa de preguntar-me si em passa alguna cosa i si estic bé.



-Amanda, tu has perdut el clip aquell gegant...?

-Sí. (Gest de fàstic i veu arrogant, com dient: "Ja ve la imbècil aquesta a amargar-me la vida i restregar-me per la cara que perdo les coses i que costen diners i que sóc una inútil".)

-Ah. Doncs té, estava a la plaça Rovira...

(Moment de confusió per part de l'Amanda)

-Gràcies...

6 de enero de 2009

Por Una Cabeza

Por una cabeza;
Todas las locuras,
Su boca que besa
Borra la tristeza,
Calma la amargura...

Por una cabeza;
Si ella me olvida,
¿Qué importa perderme
Mil veces la vida?
¿Para qué vivir...?




Buah, ni sé què escriure ni en tinc ganes, sincerament.