No sabía qué hacer. Durante unos minudos me quedé mirándola. Si en ese momento la hubiera matado todo hubiera acabado ahí, pero no quería... Y entonces se puso a volar alrededor de la lámpara del techo. Cada vez que chocaba se oían golpes, y su vuelo sonaba igual que el de un abejorro. Entonces hubo un momento de confusión. Yo estaba aterrorizada, y no sé qué hice exactamente ni por qué. Apagué la luz que atraía a la polilla y encendí el fluorescente del lavabo, con lo cual se acercó ahí. Abrí la ventana rápidamente para que saliera, y me metí en la cama mientras oía cómo la polilla, desorientada, se daba golpes contra todo lo que se ponía en su camino. Me tapé la cara.
Al cabo de unos segundos cesaron los golpes, y yo supuse que por fin habría salido por la ventana, aunque no estaba muy segura de que un bicho tan torpe hubiera hecho eso a la primera. Cautelosamente, miré en cada rincón y agujero de la habitación para comprobar que no estaba. Y cuando casi había acabado y estaba a punto de irme a dormir, la encontré posada encima del armario. A esa distancia me era imposible hacerle nada, no alcanzaba esa altura ni subiéndome encima de una silla.
Apagué todas las luces y abrí la puerta que da al pasillo (donde la luz estaba encendida), esperando que saliera siguiendo la luz. Y esperé como mínimo diez minutos a que lo hiciera, pero no pasó nada. Salí a tirar la basura para despejarme un poco, el hombre del
accueil de nuit debió flipar al verme salir a esa hora a tirar la basura.
Por aquél entonces yo había logrado calmarme un poco y empecé a pensar en otra manera de echarla, pero no se me ocurría nada que no consistiera en matarla. Intenté ahuyentarla con un spray de acondicionador para el pelo: sólo la alcanzaron un par de gotas que hicieron que moviera las alas, nada más. Intenté que se moviera usando de nuevo la percha, pero no logré tocarla. Ya no sabía qué hacer. Me moría de sueño (con la broma eran pasadas las 4 de la madrugada), y tenía más que claro que no quería compartir habitación con esa polilla-mastodonte. Era imaginármela revoloteando por encima de mi cabeza y posándose en mi frente mientras yo dormía y morirme del asco.
Sopesé atraparla dentro de una cazuela, o algo, pero no me veía con valor suficiente para hacer eso, ¿y si fallaba y lo que conseguía era que la polilla se pusiera encima de mí? No quería ni imaginármelo. Al final me rendí. Tenía que matarla. ¿Pero cómo...?
No sé por qué tardé tanto en ver la solución. Cogí unos pantalones tejanos que tenía para lavar, los empapé de agua y los plegué. Sólo tenía una oportunidad, recé para no fallar. Me subí a la silla y lancé los pantalones hacia la polilla. Quedó atrapada debajo. Suspiré aliviada. Los pantalones goteaban, y durante un instante me imaginé que las gotas de agua cayendo al suelo desde el armario se transformaban en sangre, dando forma al remordimiento que sentía por lo que iba a hacer.
Moví la mesa y la coloqué donde antes había estado la silla. La mesa es unos centímetros más alta, así que usándola tendría más libertad y alcance para lo que me disponía a hacer. Me acerqué a los pantalones que sepultaban la polilla, cogí el bote de detergente líquido (tres litros, para que os hagáis la idea) y "apuñalé" con él los pantalones, asegurándome de chafar del todo la polilla.
Y luego, poco a poco, levanté los pantalones.
Y vi cómo la polilla luchaba por despegar las alas de la tela tejana mojada. Había sobrevivido. La había inmovilizado y mojado con una prenda de ropa empapada, la había chafado con tres litros de peso, y SÓLO se había enganchado las alas en la tela.
Volví a taparla con los pantalones y la aplasté de nuevo con el detergente. Varias veces. Me sentí muy mal.
Levanté de nuevo los tejanos. Ahora no se movía, y su abdomen estaba claramente desgarrado y espachurrado contra el armario.
Me dio mucha pena. Pensé que ella no tenía la culpa de nada, y que jamás me hubiera hecho daño. Maldecí que hubiera tenido que conocerla en esas condiciones. Era un ejemplar realmente bello. Si tan solo hubiera escapado desde el principio... Decidí hacerle una foto, para recordarme a mí misma lo que había hecho.
Y así fue: justo cuando estaba haciéndole esta foto...
... se movió. La jodida polilla se movió cuando mi mano y mi cámara estaban a menos de tres centímetros de ella. Ahogué un grito. Empezó a arrastrarse como un zombi. Por eso la foto salió borrosa.
No me lo pensé dos veces, cogí el detergente y la chafé con todas mis fuerzas, sin tela mojada de por medio, insistiendo en su pequeña cabeza de insecto, mientras gruñía con cada golpe. Me sentí como Andrea, en el episodio que había visto de The Walking Dead*, matando un zombi con un destornillador.
Y eso fue todo. Lavé el bote de detergente, los pantalones, tiré el cadáver de la polilla, despejé la cama y (¡por fin!) me fui a dormir. Y la única moraleja que saqué de todo esto es que jamás, JAMÁS, volveré a tener la ventana abierta y la luz encendida durante la noche.
* Sara, si lees esto, que sepas que no te he hecho ningún spoiler. No es ninguna novedad que en TWD se matan zombis, y esta muerte en concreto no tiene ninguna relevancia para el argumento. Equisdé.