31 de enero de 2009

A Dead World At Sunrise

En el corazón de tus pupilas veo
Lo que cualquier mortal soñó tener.
Quiero que el instante se torne eterno,
Discúlpame, yo soy así…


Feliz primer gran bolo. ("En el siguiente cobras.")



I gràcies, de debò.

19 de enero de 2009

Sarabande

Vale ya, ¿no?

14 de enero de 2009

Women of Ireland

Mors servat legem

Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba allí, y cuando se sentó a mi lado ya era demasiado tarde. No sé por qué no me lo esperaba. El vagón de metro se sacudía con un estruendo cada vez que entraba en un túnel. Al entrar en el siguiente, sin que pudiera detenerla, se arrimó a mi oído.

¿Ves esa mujer? –me dijo, sabiendo que yo también la estaba mirando.

–¿La que está abrazando a su hijo? ¿Qué le pasa?

¿Ves cómo llora?

–Pues… sí. ¿Por qué lo hace?

Tiene cáncer, le quedan cuatro meses de vida. Hoy ha llevado a su hijo al zoo, y mañana pretende llevarlo al circo. No puede soportar el hecho de que no lo va a ver crecer. ¿Y ése hombre? El de allí.

Era un hombre apuesto, vestido con traje y corbata, de esos que no esperas encontrar en el metro.

–Tiene cara de no haber dormido.

Es un mujeriego. No ha logrado establecer nunca una relación de más de dos meses con una mujer. Busca eternamente a una que sea perfecta, sin demasiado éxito. Cada noche visita clubes elegantes y sofisticados intentando encontrar alguna afín a sus gustos, pero no tiene ni idea de que el amor de su vida está en el zoo de Berlín limpiando las heces de los camellos. No la va a conocer nunca, y seguirá manteniendo relaciones esporádicas con mujeres esnobs.

–Pues menudo asco.

Eso cree él. Tiene cuarenta años y está cansado de existir. Lleva una vida triste y vacía, ninguna de las mujeres que puede conseguir le llena. Jamás ha sido feliz. En cuanto bajemos, él se decidirá, saldrá también del vagón y se tirará a la vía cuando venga el siguiente metro. Oh, mira ese anciano. No, ése no; ése.

–El de la barba abundante.

Exacto. Perdió a su mujer hace un par de semanas, y ella era el único miembro de su familia que todavía permanecía con vida. Tuvieron un hijo, pero murió a los veinte de sobredosis. Ahora no sabe qué hacer, y se consuela pensando que ya que está viejo y le quedan uno o dos años de vida (como mucho), por lo menos debe aguantar un poco. Sólo tiene miedo de que, cuando muera, su cadáver se pudra en su piso y lo descubran cuando lleva semanas en descomposición. No quiere importunar a sus vecinos… con el olor, ya sabes. No le gusta molestar. ¿Y esa muchacha? La de negro. ¿La ves?

Era una chica joven. Sonreía patéticamente, embelesada por la luz del fluorescente estropeado que alumbraba de forma intermitente. De vez en cuando soltaba una risita por lo bajo.

–Parece perturbada.

Lo está. Hace unos cuatro o cinco años se enamoró de un chaval. Era el amor de su vida.

–¿Era?

Era. Se amaban de forma casi sobrenatural, se amaban como en los cuentos de hadas. El día treinta y uno de diciembre, él le hizo hacer una promesa: que las primeras palabras que ella dijera en el nuevo año serían para él. Dijo que le hacía ilusión. De ese modo, ella debía permanecer callada a partir de las doce de la noche, hasta que lo volviera a ver.

–Menuda estupidez.

A mí no me lo parece. El caso es que esa misma noche, a las doce, él murió.

–¿Se atragantó con las uvas?

Disparo en la cabeza.

–Vaya.

Se suicidó, nadie sabe por qué todavía. Cuando la chica se enteró lloró muchísimo, se arrancó la mitad del pelo de la cabeza y se dio golpes contra las paredes hasta quedar inconsciente.

–Patético.

A mí no me lo parece. El caso es que lloraba pero no emitía ningún sonido, no sollozaba, no gritaba... no decía absolutamente nada. Estuvo en un hospital psiquiátrico un tiempo, pero concluyeron que no estaba loca, sólo algo trastornada, pero no era algo grave y que pudiera perjudicarla a ella o al resto del mundo. El único inconveniente era que no hablaba, por lo demás, estaba en pleno uso de sus facultades. Y no volvió a hablar nunca más a partir de ese fin de año, y quedará muda de por vida hasta que su amado pueda oír las primeras palabras del año (y los siguientes años, por extensión) de su boca. Se lo prometió.

–¿No lo ha superado?

Ni lo hará nunca. Lo amaba.

Me quedé sumido en mis pensamientos, reflexionando sobre todo lo que acababa de oír. Al cabo de un rato reparé en lo absurdo de la situación, e inquirí:

–¿Cómo sabes todo esto? ¿Los conoces?

La verdad es que no. Me lo estoy inventando todo. Pero te aseguro que no importa que me lo invente: de todos modos, en algún lugar del mundo hay gente que está en las mismas situaciones que te he descrito, y aunque no esté toda reunida en un vagón de metro, existe. Y que no puedas verlos porque no están en el metro no significa que estas cosas dejen de ocurrir. No sé si me explico… Hay vida y muerte a tu alrededor, y lo sabes. ¿Y qué haces? Pagarte un viaje de metro y hacer el recorrido completo por todas las paradas, una y otra vez, sólo para examinar a la gente que sube y baja, intentando adivinar qué clase de vida llevan.

–¿Cómo sabes tú eso?

Llevo observándote desde la parada de Fontana. Volvemos a estar en Fontana, y todavía no te has bajado. Si hubieras quedado con alguien, tuvieras algún recado o algo que hacer, hubieras salido del metro sin importarte que una voz desconocida te estuviera hablando al oído. Tengo la sensación de que has pasado por Fontana unas cuantas veces en lo que va de día.

Me quedé un instante en silencio. Las últimas palabras que dije fueron las siguientes:

–A propósito… ¿quién eres?

Era una pregunta ridícula. Yo sabía quién era ella desde que había notado que estaba tan cerca de mí, sabía quién era incluso antes de que entrara en aquél vagón. Llevaba días siguiéndome, yo ya lo sospechaba. Fue entonces cuando empezó a faltarme el aire. Me giré hacia ella. Todavía no podía verla, no podía ver una voz. Y, una vez más, susurró en mi oído:

Témeme, querido, pues soy la muerte...

Quería gritar, quería respirar, quería jadear… pero no podía. Era como si algo obstruyera mis pulmones, algo terriblemente doloroso. La señora que tenía delante se dirigió a mí en un tono afectado, frunciendo el ceño, y me preguntó si me encontraba bien. Yo apenas la oía. Seguía mirando a Muerte, ella reía. Me di cuenta de que ahora sí podía distinguir cómo era: Muerte no era una persona, no era la moira griega Átropos, no era un shinigami, no era un esqueleto con una túnica negra y una guadaña, ni era ninguna de las representaciones que los humanos, en nuestro afán de personificarla, le habíamos dado. Muerte apareció ante mí como un concepto abstracto, una voz inocente de niña, un miedo profundo y un único destino.

A pesar de que carecía de forma humana, entre mis delirios logré distinguir lo que me parecieron sus ojos, entelados y blancos. En efecto, la vieja Muerte estaba ciega. Comprendí entonces por qué era tan justa en su deber: su ceguera le impedía distinguir si hacía fallecer a una mujer o a un hombre, a un hombre rico o a uno pobre, a un hombre honrado o a uno indecente, a un niño o a un anciano. Todos morían por igual, a sus ojos ciegos todos eran mortales y merecían el mismo destino. Paradójicamente, lo único realmente justo que había en la vida era la muerte. Y aquel día, por puro azar, me había tocado a mí. Muerte no iba a matarme para darme una lección, ni para que me arrepintiera de haber malgastado mi vida viviéndola a través de las desgracias de los desconocidos del metro, no: Muerte iba a matarme por el simple hecho de que había llegado mi hora.

Justo cuando empezaba a cerrar los ojos por última vez, ella me besó.

10 de enero de 2009

Sarabande / Arrepentimiento

Em faltava el peu esquerre, i me l'intentava cosir, però es podria, es podria. Parlàvem amb uns punkies a un carrer que semblava Tallers però no ho era. Només blau cel i el verd intens del prat. Hi havia un assassí, un rei despietat. Li fèiem una sorpresa al meu pare dins de la dutxa (però estàvem tots vestits, menys jo, crec), era molt estrany que hi capiguéssim els quatre... i una espècie de pel·lícula d'una substància negra se n'anava amb l'aigua, i deixava veure un dibuix que la meva germana havia fet de tots, i de Jesús, Josep i Maria (?).

Se n'anaven, i venies tu una altra vegada, no recordo quan havies marxat. Ens dutxàvem junts, rèiem, però no feiem res. Només ens dutxàvem...




I el meu pare no deixa de preguntar-me si em passa alguna cosa i si estic bé.



-Amanda, tu has perdut el clip aquell gegant...?

-Sí. (Gest de fàstic i veu arrogant, com dient: "Ja ve la imbècil aquesta a amargar-me la vida i restregar-me per la cara que perdo les coses i que costen diners i que sóc una inútil".)

-Ah. Doncs té, estava a la plaça Rovira...

(Moment de confusió per part de l'Amanda)

-Gràcies...

6 de enero de 2009

Por Una Cabeza

Por una cabeza;
Todas las locuras,
Su boca que besa
Borra la tristeza,
Calma la amargura...

Por una cabeza;
Si ella me olvida,
¿Qué importa perderme
Mil veces la vida?
¿Para qué vivir...?




Buah, ni sé què escriure ni en tinc ganes, sincerament.